Desde el rural la vida se ve con menos Covid pero se vive en alerta

Publicidad

Cernego (Vilamartín) es uno de los pueblos donde la escasa población es una ventaja para la prevención de la COVID-19

Desde el rural la vida se ve con menos Covid, pero se vive en alerta. Al menos en las aldeas donde la población es tan reducida que la soledad es parte del día a día, una gran aliada para trazar una barrera frente al coronavirus.

Así ocurre en un buen número de localidades de Valdeorras. Elegimos una: Cernego (Vilamartín). Al llegar al pueblo se hace el silencio. Apenas unas «almas» y algún gato al sol. No residen más de 18 vecinos.

Publicidad

La vista se tropieza con sus calles esculpidas por la arquitectura más tradicional, prácticamente vacías, con el pulso tranquilo que caracteriza a este pueblo de Vilamartín.

Publicidad

El tiempo se detiene. Da la sensación de que hay más aire y espacio. La vida transcurre lenta, envuelta en alguna que otra tarea del campo y, a la vez, en ese reposo que permite echar la vista hacia el campo infinito, aquí poblado de castaños.

Cernego también practica la distancia social.

Publicidad

Jamás hubiese imaginado que llegaría «un bicho» en forma de virus.

Se están acostumbrando, dicen, a la nueva forma de relacionarse que dicta el COVID-19, aún cuando reconocen que resulta más difícil en el medio rural. «Nos apartamos varios metros para hablar entre nosotros. También ponemos la mascarilla. Aquí hay campo de sobra para estar en soledad», explican.

Son conscientes del daño letal del coronavirus. «No estamos aislados, ni libres de contagio, pero en el pueblo nos sentimos más seguros. Aquí se está bien, estamos tranquilos», dicen.

Eso sí, ahora ven con los ojos de la desconfianza el paso de visitantes por el pueblo.

Porque a Cernego llegan personas de otras zonas en fechas señaladas como la temporada de castañas, el verano, el Día de Santos y la Navidad.

Y muestran su preocupación por el avance sin piedad de la COVID-19. «Se puede colar por cualquier parte», temen.

Recuerdan que «en verano fue cuando más miedo tuvimos, hubo mucho movimiento «, relatan.

Ahora, en la recta hacia el invierno se atisba un rayo de incertidumbre y de esperanza. Hacen sus cábalas: «Sabemos que en el municipio de Vilamartín hubo casos pero aquí vamos a estar seguros».

La mayor parte del tiempo en los pueblos más pequeños se respira soledad, soledad convertida en un lujo en tiempos de COVID. «¿Quién iba a decir que estar solos era lo mejor que podía pasar?», se preguntan.

El rural se recoge sobre si mismo, es el cobijo que permite escapar de los tiempos de COVID.