El Santuario de As Ermidas, con 400 años de vida, es el monumento por excelencia, de un municipio cuya identidad aparece ya estampada en sus piedras, su pasado señorial y su castillo medieval
O Bolo es uno de los municipios con más riqueza monumental de Valdeorras. Su historia aparece ya estampada en sus piedras, su pasado señorial y su rico patrimonio. Su tesoro más valioso, el santuario barroco de A Nosa Señora das Ermidas, que ahora cumple 400 años.
As Ermidas, envuelta en un paisaje natural, rodeada de olivares, almendros y otras especies arbóreas, se aspira el silencio, serenidad y paz, las mismas cualidades que encontraron los eremitas que, al parecer, la poblaron en el siglo VII. La arquitectura rural se asoma sobre sus callejuelas donde es posible pasear en la más absoluta y grata soledad.
En el santuario de As Ermidas (cuya fachada se encuentra ahora en obras de restauración) reposa la espiritualidad, el arte y mucha historia. Erguido en la parte inferior de una falda de rocas naturales, impresiona su emplazamiento que, fue construido «a contracorriente», en constante lucha con la montaña. Para visitarlo no hay que ascender sino afrontar un descenso con una pendiente acusada, emplazamiento que lo hace aún más singular. A sus pies, se encuentra la garganta que forma el río Bibei, en un entorno donde se dibujan laderas escarpadas y un paisaje que asombra y conecta con el visitante.
La historia del santuario se inicia con el hallazgo de la talla de la Virgen, descubierta por unos pastores en la boca de una cueva, que llevó a construir una ermita en el lugar para el cobijo de la imagen, una especie de capilla que fue deteriorándose y derribada en 1850. Para señalar donde estaba situada, en el siglo XIX se colocó una cruz. Sin embargo, una tragedia, un grave desprendimiento de piedras en 1909 (que destruyó 29 casas y mató a 27 vecinos), hizo que se perdiese la referencia del espacio donde había aparecido. Hoy se desconoce el origen exacto de dicha aparición.
Fue el Obispo de Astorga Alonso Messía de Tovar el que ordenó construir el Santuario de As Ermidas en 1624 en agradecimiento a una curación milagrosa, aún cuando el verdadero artífice de la obra fue Fray Nicolás de Madrid, un monje jerónimo que ya había dirigido las obras del Panteón de los Reyes del Escorial. La construcción tuvo sucesivas reformas hasta el siglo XVIII.
Su Vía Crucis del siglo XVIII es uno de los pocos que hay en el mundo, que invita a una visita detenida para profundizar en cada detalle de su arte. Consta 16 estaciones, pequeñas edificaciones en las que hay que asomarse como en un escaparate, cada una de ellas con impactantes tallas policromadas de tamaño natural (en total 65 esculturas), que comienzan en el atrio del santuario y prosiguen a lo largo de un kilómetro repartidas por el denominado y empinado Camino del Desierto. En 2023 fueron incorporadas tres imágenes (Jesús, el Cirineo y un soldado) a la V Estación, vacía desde 1909, a raíz del suceso del desprendimiento, hace 114 años y nunca aparecieron. Este Vía Crucis es único y está inspirado en el de Bom Jesús do Monte (Braga, Portugal).
El Santuario de As Ermidas cuenta con una hermosa fachada barroca enmarcada por dos torres, con una portada central con robustas columnas con capiteles corintios y dos pares de columnas salomónicas, en el que sobresalen sus esculturas, cada una con una historia, significado y representación.
La nave central fue fue decorada con un artesonado policromado del que cuelga un curioso exvoto, un galeón de madera, que llegó hasta el Santuario en el siglo XVIII, después de un supuesto milagro que la Virgen de las Ermidas hizo a Pedro Centeno, un vecino de la comarca de Sanabria, concretamente de San Juan de la Cuesta (provincia de Zamora). Sus retablos, como el representa la Dormición de la Virgen —único en la Península— y el central con la imagen de la Virgen das Ermidas, constituyen un valioso conjunto artístico.
En este conjunto monunmental también destaca la Casa de Administración, la lonja porticada y la hospedería de peregrinos. Funcionó como seminario de entre 1944 y 1965. Además, uno de sus principios, a lo largo de su existencia, ha sido la asistencia y caridad, dando acogida a personas que llegaban de todas partes como peregrinos, romeros, soldados, transeúntes o vecinos del entorno que necesitaban cobijo. Hoy mantienen ese espíritu de beneficencia y los sacerdotes que viven aquí ofrecen acogida bien para pasar un tiempo recogimiento y retiro espiritual u otras razones.
El castillo
O Bolo ofrece otras alternativas para los turistas. El castillo medieval es otro de sus monumentos destacados, que corona esta tierra. Es el resultado de la reconstrucción y ampliación de una fortaleza erigida en el siglo XV que fue derribada durante la Gran Guerra Irmandiña (1467-1469). La Torre del Homenaje tiene una altura de casi 20 metros y ofrece unas panorámicas extraordinarias del entorno. Aquí, se representa la historia y vida en la Edad Media, de forma amena, a modo de centro de interpretación, con una reconstrucción de la historia tan amena como interesante.
Patrimonio etnográfico
En O Bolo también abunda el patrimonio etnográfico. En el entorno del río Bibei, en As Ermidas, se puede ver un molino de aceite (construido en el siglo XIX), un molino de harina (del siglo XVII) y un molino de producción eléctrica con energía hidráulica. Además, sus antiguos hornos constituyen la popular rutas «dos fornos» de Celavente, un trazado salpicado por naturaleza y muchas fuentes. Y dispone de un buen número de «cruceiros» y miradores como el de A Fraga/Aceveda, el de Cambela, Chandoiro, Santa Cruz y A Salesa.
O Bolo, un municipio con historia.