«Un paseo por A Rúa»: confinamiento respetuoso y llevadero

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A Rúa. Primer lunes de confinamiento. La localidad amaneció envuelta en un profundo silencio, roto por el pequeño trasiego de vehículos rumbo al trabajo, al supermercado, a la farmacia… El «pulso» se fue acelerando a medida que avanzó la mañana, eso sí, de forma tímida y rápida para abandonar cuanto antes la vía pública.

A la hora «punta» casi, sólo casi, parecía un día normal, de no ser por la ausencia del bullicio de los establecimientos hosteleros y el descenso de la circulación de personas y automóviles.

En este retablo del estado de alarma, un vecino abandonaba su confinamiento para mirar las esquelas en el Campo de San Roque.

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La curiosidad pudo al riesgo del coronavirus, entre otras cosas porque jamás se habría contagiado frente a la solitaria cartelera fúnebre. Apenas un «alma». Eso sí, la estampa propia de un día cualquiera y a la misma hora.

Al llegar al «corazón» del casco urbano, los ciudadanos se deslizaban por la calles Progreso, Doctor Vila y aledaños, uno a uno, distantes entre sí, en algunos casos bien pertrechados con mascarilla y guantes, con bolsas de la compra en mano, sin bolsas…

En medio de ellos, la barrendera, concentrada en su tarea.

La cartera urbana, María Eulalia Laurel Núñez, fue durante esta mañana más visible, viéndose obligada a depositar cartas bajo las puertas cerradas a cal y canto de la mayor parte de establecimientos comerciales.

El correo seguirá llegando a los domicilios, a excepción de las notificaciones cuyo reparto ha sido suspendido.

Las nuevas instrucciones de Correos como medida de protección frente al coronavirus son, entre otras, que una parte de los empleados trabajarán jornada sí, jornada no, además de las ya consabidas medidas de seguridad personal de los carteros.

Siguiendo este paseo-retrato del confinamiento, la silueta de José Vicente Solarat, de regreso a su casa tras haberse acercado hasta el Concello.

«Hay más gente que en un día normal», bromeaba Solarat desde el otro extremo de la acera para reflejar ese ritmo habitual de ajetreo pausado, uniforme y escalonado que registra día a día A Rúa con o sin confinamiento.

A un paso de la Consistorial, el alcalde, Álvaro Fernández, afanado en la recomposición del funcionamiento del personal y la institución municipal que decreta la lucha contra el coronavirus. «Estamos reorganizando todos los servicios», explicaba.

En el balcón del Ayuntamiento, el concejal Raúl Yáñez, atendiendo una llamada telefónica vía móvil al tiempo que echaba una visual al paisaje urbano.

Ya al paso por la calle Campogrande, una mujer, Sandra Rivero, depositaba la basura en los contenedores antes de ir a su puesto de trabajo como profesional de la asistencia a domicilio de personas mayores.

«No tenemos mascarillas», decía preocupada.

La farmacia de la calle Progreso mantuvo su intensa actividad iniciada ya el fin de semana. «No tenemos mascarillas ni gel desfinfectante», apuntaba Marta Ansede, ratificando la actividad intensa de este establecimiento, principalmente el fin de semana.

Los vecinos desfilaron por las farmacias para comprar como si no hubiese un mañana y guardando las medidas de seguridad establecidas al efecto.

Establecimientos de plantas y despacho de comida de animales abrieron. Eso sí, «apenas hubo clientela», decía Manuel Martínez, empleado de uno de ellos.

La protesta brotó desde un estanco, que al igual que las farmacias registró un trasiego constante. «No queríamos abrir. Estamos expuestos», explicó el propietario de uno de los establecimientos mostrando su disconformidad.

Un ir y venir que se fue diluyendo conforme llegó la tarde, movimiento ralentizado que fue vigilado por la propia Guardia Civil.

A Rúa cumple con el confinamiento, si bien su peculiar fisonomía, el hecho de contar con menos población, sus espacios abiertos, su ancha travesía, la propia distribución urbanística y la abundancia de casas unifamiliares provistas con jardines, hacen que en esta localidad, el confinamiento sea más llevadero.

En O Barco, con un cuadro de población muy superior, calles más estrechas y secuencia de edificios concentrados, el confinamiento ya es otro cantar…

A Rúa vive así su particular confinamiento, responsable y más llevadero.