El deporte base desde dentro: El entrenador

Publicidad

La sonrisa de un jugador que consigue su primer gol, canasta o punto; la emoción de un equipo celebrando una jugada bien ejecutada compensan las críticas, el agotamiento y las horas dedicadas al proyecto

Cada año que pasa siempre digo lo mismo «Este año lo dejo», pero actualmente voy por el octavo año. Cuatro maravillosos años en A Rúa, uno en el Victoria FC complejo y tres fantásticos en Noia. Ser entrenador de base es una carrera continua con más curvas que rectas en el camino.

De esto no se vive, algunos sí, la gran mayoría no. Aquí no vengo a quejarme, si no a ser realista, cada vez esto es más precario y exigen más. Ser entrenador de deporte base desde fuera puede parecer mucho más fácil de lo que realmente es, aunque también los que nos “sufren” pueden pensar lo mismo.

En primer lugar tengo que recalcar que es un compromiso tan apasionante como extenuante, y a menudo poco comprendido por quienes no están inmersos en este mundo.

Publicidad
Publicidad

Los entrenadores inculcamos valores, hacemos tareas de psicólogos o somos pequeños confidentes de nuestros deportistas. Nosotros hacemos de todo. En primer lugar, llegamos mínimo 20 minutos antes que los jugadores para revisar el material y salimos otros 20 minutos más tarde del último que se vaya. Somos responsables de hacer lo que muchas veces te piden desde los clubes, planificar tareas, “comerte la cabeza” para que todo salga bien. También de que los balones queden hinchados, nos encargamos de que el material esté en buen estado, de su traslado, de que los jugadores lleguen a su hora al destino correcto, nos preocupamos cuando están pachuchos o se lesionan, o distribuimos las sudaderas, zapatillas e incluso espinilleras cuando los niños las pierden, porque sí, aunque lleven el nombre, ellos las van a perder. Ley de vida.

A primera vista, la imagen de un entrenador guiando a niños y adolescentes en un campo de fútbol o una pista de fútbol sala, baloncesto, voleibol, etc, evoca una imagen de confianza, orden y, como no, desarrollo, tanto deportivo como personal. Sin embargo, la realidad de esta tarea va mucho más allá, a menudo marcada por retos que transforman la pasión en una labor casi altruista, a la cual llegamos tras una formación reglada, muchas veces ofertada por los comités deportivos asociados a la disciplina que practicamos.

Muchos, pero no todos, sabrán que el salario de un entrenador de deporte base rara vez refleja el esfuerzo invertido, porque sí, se pierde dinero, y quien esté leyendo esto lo sabe. Si quieres vivir de esto, aquí no es.

En la mayoría de los casos, estas posiciones se remuneran de manera simbólica, apenas cubriendo los gastos básicos y como haya que usar el transporte, realmente con un viaje largo ya pierdes.

Este detalle subraya la vocación necesaria para asumir el cargo; quienes eligen ser entrenadores lo hacen movidos por el amor al deporte y la oportunidad de influir positivamente en los jóvenes. Algunos, además, nos dedicamos a la docencia de forma profesional, aplicando nuestros conocimientos pedagógicos a las futuras generaciones.

La falta de apoyo económico contrasta fuertemente con las expectativas depositadas sobre ellos, pues algunos clubes, por suerte los menos, esperan un rendimiento que sólo podría exigirse a técnicos de élite. Lo digo por experiencia.

Faltan entrenadores y es normal, porque también hay que tratar con familias que no comprenden tu papel. Uno de los mayores retos de los entrenadores de deporte base es la relación con los padres de los jugadores, atletas, etc. Muchas veces piensan que realmente vivimos de esto. Recuerdo que no, no vivimos de esto, tenemos nuestros trabajos, algunos con turnos, otros con horas extras, etc.

En ocasiones, la pasión de los padres por ver a sus hijos triunfar se traduce en protestas y críticas constantes, que van desde cuestionar las decisiones tácticas hasta exigir más tiempo de juego para sus hijos. Esta presión añade una carga emocional significativa al entrenador, quien debe gestionar estas situaciones con diplomacia y firmeza para mantener la armonía en general, porque las temporadas son muy largas.

Los viajes, y más en Valdeorras, a menudo implican mañanas, tardes o días enteros. Desplazamientos a otras ciudades, donde por suerte aquí las familias colaboran. Sin embargo, la mayor parte de los entrenadores coinciden en que ver el progreso de sus jugadores, tanto en su habilidad futbolística como en su crecimiento personal, recompensa este esfuerzo.

La satisfacción de ver a un niño superar sus propios límites, aprender a trabajar en equipo, y desarrollar valores como la disciplina y la perseverancia es un premio que pocos trabajos ofrecen. La sonrisa de un jugador que consigue su primer gol, canasta o punto. La emoción de un equipo celebrando una jugada bien ejecutada compensan las críticas, el agotamiento y las horas dedicadas al proyecto.

La figura del entrenador de fútbol base es, en esencia, la columna vertebral del deporte formativo que además tiene un impacto profundo en el futuro del deporte y, más importante aún, en el desarrollo de los jóvenes como personas. A pesar de todo, compensa.